Caminaba desorientado por las calles de Delhi, aturdido por los ruidos y la muchedumbre, un respirar colectivo de humanidad apretada, multicolor, en la que los olores reflejan las costumbres y procedencia, olor a sudor, a polvo y a humanidad, a especias y a incienso. De vez en cuando un olor indefinible que penetra, flores, hierbas y vientos del campo, los mil y un olores de las vidas de los hombres. Impresiona la calma de la multitud que se mueve apretada en las callejas, impresiona la serenidad en la pobreza. Me imagino los espíritus andantes de esta masa humana. Me siento solo y acompañado al tiempo. Entorno los ojos y mil vidas me penetran de forma que me aturden. Necesito estar rico por dentro para compartir estas vidas. Necesito el Silencio.
Entro en el templo. Es una gran sala con una estatua gigantesca de Buda en el fondo. Reina un gran silencio, y un profundo olor a sándalo. Es como si hubiera perdido el oído al pasar por el pórtico que nos separa de la calle. Todo se ha callado, pero llevo conmigo los espíritus de la muchedumbre. Me siento en un rincón, utilizando uno de los cojines a disposición del caminante. Me siento derecho, con el alma llena y vacía al tiempo, entorno los ojos y siento mi cuerpo, respiro hondo y vacio mis sentidos, el gran peso de la muchedumbre que me acompaña. Es momento del ejercicio. Respiro y estoy, muy atento, respiro y estoy, a solas con… ¿el vacio? ¿la Buena Nueva?. Silencio dentro y silencio fuera. Solo respiro…
Entramos en la sala del silencio, recogidos y con deseo ardiente de adentrarnos en nosotros mismos, de entrar en contacto con el fondón del alma, con la mente-corazón, con nuestra propia naturaleza.
Somos conscientes de lo imperecedero de la vida, de la futilidad de nuestro yo, y de que todo tiene una existencia solo en el intercambio y en la conexión. Por ello encendemos un incienso. Esta barrita de incienso durará durante nuestro espacio de silencio, se convertirá en ceniza, antes tenía existencia como incienso, ahora tiene existencia como ceniza. Existencias independientes, ningún estado procede del otro. Solo el cambio permanente existe. En lo inpermanente del incienso que se quema, colocamos también el fluir de nuestro momento.
Nuestro ardor por comprender, por abrirnos a la verdadera vida, por despertarnos a la verdadera existencia, desde la que nos vemos completos, siendo todo y parte de lo Uno, nos lleva a encender una llama, símbolo de la luz. Nos unimos con ello a todos los que desde su profunda experiencia religiosa o espiritual encienden una llama, millones de llamas por el mundo, como símbolos ascendentes de luz, de igual forma que nuestra humanidad asciende a nuestra verdadera vida. Sentimos y recordamos: “…el camino del despertar no tiene igual, es nuestro deseo alcanzarlo”.
Recogidos, con el espíritu preparado, volvemos a nuestro cojín. Allí, en señal de respeto al Dios que vive dentro, a Quien realmente somos, a nuestra propia naturaleza y a la práctica que vamos a emprender, nos inclinamos en Gassho a nuestro cojín. Inmediatamente nos volvemos y saludamos a todo lo que existe: “¡Namaste!. Lo divino que hay en mi saluda a lo divino que hay en ti”
Nos sentamos de forma ritual, miramos de frente a la asamblea, y giramos hacia la pared, por nuestra izda. Afincamos nuestras piernas en loto completo o medio loto. Con ello nuestro cuerpo se concentra. Aquí tenemos presente que practicamos con nuestro cuerpo. Hacemos silencio en nuestro cuerpo. Como diría San Juan: “recójase el alma en su retrete, y allí a solas en su retrete (en su silencio) diríjase a Aquel que ya le espera”
FUKANZAZENGIGuía universal por el método estándar del Zazen del Maestro Dogen (1200 – 1253) La Vía es fundamentalmente perfecta. Penetra todo. ¿Cómo podría depender de la práctica y de la realización? El vehículo del dharma es libre y despejado de todas las trabas. ¿En qué es necesario aplicar el esfuerzo concentrado del hombre? En verdad el Gran Cuerpo está más allá del polvo del mundo. ¿Quién podría creer que existe un medio de desempolvarlo? No es nunca distinto de cualquiera que sea, siempre exactamente allí donde esté. ¿Para qué sirve ir aquí o allí para practicar? Sin embargo, si hay una fisura, por muy estrecha que sea, la Vía queda tan alejada como el cielo de la tierra. Si se manifiesta la menor preferencia o la menor antipatía, el espíritu se pierde en la confusión. Imaginad a quien se pavonea de comprender y que se hace ilusiones de su propio despertar, entreviendo la sabiduría que penetra todas las cosas, une la Vía y clarifica el Espíritu y hace nacer el deseo de escalar el cielo mismo. Esta persona ha emprendido la exploración inicial ilimitada de las zonas frontales pero está todavía de forma insuficiente sobre la Vía vital de la emancipación absoluta. ¿Tengo yo necesidad de hablar de Buda, que estaba en posesión del conocimiento innato? Se siente todavía la influencia de los seis años que él vivió, sentado en loto en una inmovilidad total. Y Bodhidharma, la transmisión hasta nuestros días del sello, ha conservado el recuerdo de sus nueve años de meditación delante de una pared. Si esto sucedía con los santos de la antigüedad, ¿como los hombres de hoy pueden quedar dispensados de negociar la Vía? Debéis en consecuencia abandonar una práctica basada en la comprensión intelectual, corriendo detrás de las palabras y ateniéndoos al sentido literal. Debéis aprender el giro que dirige vuestra luz hacia el interior, para iluminar vuestra verdadera naturaleza. El cuerpo y el espíritu se borrarán por sí mismos, y aparecerá vuestro rostro original. Si queréis alcanzar el Despertar, debéis practicar el Despertar sin demora. Para Zazen, conviene una habitación silenciosa. Comed y bebed sobriamente. Rechazad todo empeño y abandonad todos los asuntos. No pensad: «esto está bien, esto está mal». No toméis partido ni a favor ni en contra. Parad todos los movimientos del espíritu consciente. No juzguéis los pensamientos ni las perspectivas. No tengáis ningún deseo de convertiros en Buda. Zazen no tiene absolutamente nada que ver con la posición sentada o la posición tumbada. En el sitio donde tenéis la costumbre de sentaros, extended una alfombrilla de paja y poned el zafu encima. Sentaos en loto o en medio loto. En la postura del loto, poned primero el pie derecho sobre el muslo izquierdo y el pie izquierdo sobre el muslo derecho. |
Nuestro cuerpo es la fuente, la conexión con la realidad, al asentarnos en el suelo, afianzándonos, nos hacemos roca, y allí repetimos el anhelo del Buda: “¡aunque no queden sino mis huesos, tendones y piel, aunque mi sangre y mi carne se sequen y se marchiten, no me moveré de este sitio hasta haber alcanzado la iluminación absoluta!” Tal es mi determinación para entrar en el silencio, para la práctica del silencio. Aprendamos de las enseñanzas del maestro Dogen:
Cuidad de aflojar vuestra ropa y vuestro cinturón, arreglándolos convenientemente
Poned entonces la mano derecha sobre el pie izquierdo y la mano izquierda dirigida hacia arriba sobre la mano derecha; los extremos de los pulgares se tocan. Sentáos bien rectos, en la actitud corporal correcta, ni basculada a la izquierda, ni basculada a la derecha, ni hacia delante, ni hacia atrás. Tened cuidado de que las orejas estén en el mismo plano que los hombros y que la nariz esté en la misma línea vertical que el ombligo. Poned la lengua pegada al paladar; la boca está cerrada; los dientes se tocan. Los ojos deben quedar siempre abiertos, y debéis respirar suavemente por la nariz. Cuando habéis conseguido la postura correcta, respirad profundamente una vez, inspirad y expirad. Basculad el cuerpo de derecha a izquierda e inmovilizaros en una posición sentada estable. Pensad en no pensar. ¿Cómo se piensa en no pensar? Más allá del pensamiento (Hishiryo). Esto es en sí mismo el arte esencial del Zazen. El Zazen del cual hablo no es el aprendizaje de la meditación, no es otra cosa que el Dharma de paz y felicidad, la práctica-realización del Despertar perfecto. Zazen es la manifestación de la última realidad. Las trampas y las redes no pueden nunca alcanzarlo. Una vez que habéis asido su corazón, sois idénticos al dragón cuando entra del agua e idénticos al tigre cuando penetra en la montaña. Pues hay que saber que en este momento preciso – cuando se practica Zazen – el verdadero Dharma se manifiesta y que desde el principio hay que apartar la flojedad física y mental y la distracción. Cuando os levantéis, moveros suavemente y sin prisa, calmada y deliberadamente. No os levantéis de manera súbita o brusca. Cuando se echa una mirada sobre el pasado, se percibe que la trascendencia de la iluminación o la no iluminación, que morir sentado o de pie, siempre ha dependido del vigor del Zazen. Además, la apertura a la iluminación en una determinada ocasión dada por un dedo, una bandera, una aguja, un martillo, el cumplimiento de la realización gracias a un cazamoscas, un puño, un bastón, un grito, todo eso no puede ser asido totalmente por el pensamiento dualista del hombre. En verdad, tampoco puede ser mejor conocido mediante el ejercicio de los poderes naturales. Eso está más allá de lo que el hombre escucha y ve ¿acaso no es un principio anterior a los conocimientos y a las percepciones? . Dicho esto, importa poco que seamos o no inteligentes. No hay diferencia entre el tonto y el listo. Cuando uno concentra su esfuerzo en un solo espíritu, eso en sí mismo es negociar la Vía. La práctica-realización es pura por naturaleza. Adelantar es un asunto de cotidianeidad. En conjunto, este mundo y los otros, a la vez en India y en China, respetan el sello de Buda. La particularidad de esta escuela prevalece: simplemente devoción a la meditación sentada, sentarse inmóvil en un compromiso total. Aunque se dice que hay tantas almas como hombres, todos negocian la Vía de la misma manera, practicando zazen. ¿Por qué abandonar el asiento que os está reservado en la casa para errar en las tierras polvorientas de otros reinos? Un solo traspiés, y os escapáis de la Vía trazada toda recta delante de vosotros. Habéis tenido la suerte única de tomar una forma humana. No perdáis vuestro tiempo. Lleváis vuestra contribución a la obra esencial de la Vía de Buda. ¿Quien tomaría un placer vano de la llama que surge del silex? Forma y sustancia son como el rocío en la hierba, el destino semejante a un relámpago – que se desvanece en un instante – . Os lo ruego, honrados discípulos del Zen. Acostumbrados desde hace mucho tiempo a tantear al elefante en la oscuridad, no temáis al verdadero dragón. Concentrad vuestra energía en la Vía que indica el absoluto sin desvío. Respetad al hombre realizado, que se sitúa más allá de los actos de los hombres. Poneos en armonía con la iluminación de los Budas; suceded a la dinastía legítima del Satori de los Patriarcas. Conducíos siempre así y seréis como ellos son. Vuestra habitación del tesoro se abrirá por sì misma, y la utilizaréis como mejor os parezca. |
Como dice Dogen Zenji, sentarse inmóvil en un compromiso total. Por medio del ordenamiento e inmovilización de pies, piernas, manos, brazos, tronco y cabeza en la posición tradicional del loto, la regulación de la respiración, el freno metódico de los pensamientos y la unificación de la mente por diversos métodos, el desarrollo de un control de las emociones, y el fortalecimiento de la voluntad, nos lleva al cultivo de un silencio profundo en los rincones más hondos de nuestra existencia. A ello nos disponemos con devoción. Una vez afincados en el suelo, nos sentimos como el Monte Fuji, o como la Maliciosa, una gran montaña inamovible, en la que los vientos, las nubes o los pájaros no la alteran, respiramos profundamente tres veces, vaciándonos de nosotros mismos, dejamos fuera todas nuestra buenas intenciones, todo el peso que traemos, y dirigimos esta respiración allí donde sentimos tensión en el cuerpo. Es nuestro anhelo soltar, no agarrarnos a nada, pero ¡Ay! somos todavía débiles, molinos de viento, a los que el flujo de nuestra mente inquieta altera. Como recita Dogen: “¿Quién tomaría un placer vano de la llama que surge del silex?”. Practicad pues el zazen del dragón, del tigre cuando penetra en la montaña.
Por ello seguimos atados a nuestro cuerpo, enderezamos nuestra columna. Sabemos que nuestra columna recta permite el flujo energético, nos concentra y nos unifica. Erguidos como una torre, asentados en el suelo, decididos en nuestro cojín, simplemente respirando, aceptamos plenamente el silencio. La campana suena: ¡solo existe este momento!
Nuestras manos se cierran en nuestro Hara envolviendo con ello nuestro mundo, concentrando el mundo en él. Allí se irradia el flujo energético, como un gran sol, o una bola girando, enviando su luz a toda la existencia, a todas las partes de nuestro cuerpo. El universo entero se concentra en nuestro Hara. Allí va nuestra conciencia, nuestro respirar, nuestra atención. Sentimos el ritmo del respirar y a él nos agarramos, nuestra conciencia está allí, en cada respiración. Pensamos desde el Hara, y la experiencia de tantos meditantes nos dice que si lo hacemos, nuestra conciencia se hace Una y estamos aquí, abriendo el camino a una aceptación total, a un continuo soltar de todo lo que estorba. Nos conduce hacia la integración, hacia la quietud y la totalidad. Nuestro existir se llena de aceptación, de presencia plena y vibrante, de un momento, tras un momento, tras un momento de paz, de significado. En este silencio solo existe el silencio, y no existe nadie que lo experimente.
Nos agarramos, necesitamos todavía un agarre, que nos permita mantener este momento. Todavía no hemos desaparecido, por lo que el esfuerzo persiste, nuestras piernas duelen, nuestro cuerpo se queja, son distracciones en esta unificación, hemos pues de agarrarnos, para seguir en nuestra mente una:
Nos han dicho que contemos las respiraciones. Podemos contar solo las inspiraciones o contar inspiraciones y espiraciones. Este contar, lento y siguiendo toda la respiración, como si recitáramos un mantra, nos permite mantener nuestra concentración. Concentramos nuestra atención en el contar. En ello nos va nuestra vida, con toda intensidad, a ello nos agarramos en este momento. En la inspiración llenamos nuestra mente de UUUNOOO… En la espiración somos solo UUUNOOOOOO…, de forma que el sonido, el momento, nos convierta en instrumento del sonido. No existe nada más. Empleamos nuestra energía, todo nuestro corazón en estar solo aquí. Nos imaginamos que esto es lo último que haremos, en este momento. Nosotros morimos una vez, pero cada momento presente, precioso en sí mismo, muere en cada instante. Hagamos en él nuestro último acto… en plena atención.
Pensamientos y sentimientos acuden a nuestra mente. Intentan llevarnos de un lado a otro. No los combatimos, no los rechazamos. Simplemente seguimos en el esfuerzo de contar. Nuestro contar resuena en nuestra mente en cada respiración, y cualquier cosa que pasa está bien. Así debemos seguir hasta que nuestro guía nos diga que está bien cambiar, siguiendo la respiración sin contar. Quizás debamos estar en esto meses, o años. No se progresa por dejar de contar. Es un instrumento, como utilizar el control del ritmo en la danza. Aprendemos como niños y como niños crecemos.
Lo más importante es no perseguir nada en esta práctica del silencio. Si meditando nos preguntan por qué estamos en silencio de espaldas a la pared, y respondemos que porque queremos alcanzar el despertar, vivir más despiertos, existe todavía un yo formando conceptos y persiguiendo algo. Como dice Dogen, nosotros, que estamos tanteando al elefante en la oscuridad… enfrentemos de una vez al dragón. Si al preguntar solo otra respiración responde, quizás, solo quizás, entonces el yo este desvaneciéndose. Por ello es necesario no perseguir nada, no buscar nada, no querer nada. Todas nuestras buenas intenciones han de desaparecer con la primera respiración, y convertir toda nuestra energía en un esfuerzo presente, esta respiración, este contar. Lo demás que pase está bien, pensamientos malos o buenos, sentimientos justos o injustos, están bien, solo volver continuamente a respirar y a contar: “si te encuentras al Buda, mátalo, si te encuentras a Cristo, mátalo” “no cogeré las flores, no temeré las fieras, sino que iré mas allende las fronteras” Esto es, no me entretendré en conceptos de Buda o de Cristo, no me arrobaré en visiones y sensaciones de éxtasis si aparecen. No temeré los fantasmas que aparecen en el medio del silencio, la rabia, la tristeza o la lujuria. Simplemente seguiré: Andar, andar, pasar, atravesar… ¡Cuerpo de Buda! (Gate, Gate, Paragate, Parasangate, ¡Bodhi Shava!)
En medio de nuestro intento pueden aparecer sensaciones extrañas, podemos oír sonidos que no existen, oler aromas no evidentes o ver colores que cambian. También podemos tener visiones más elaboradas. No nos entretengamos en ello. En japonés se llama “maquio” (“pequeños demonios”). Son solo distracciones que nos indican un buen camino para nuestro abismamiento. Volvemos a lo único importante en el ejercicio, nuestro respirar.
Quizás nos han dicho que podemos concentrarnos en nuestra respiración sin contar. Entonces toda la habitación, todo el Universo, se convierte en esta respiración. No pensamos la respiración, no analizamos la respiración. Somos esta respiración. Es mejor en este caso acompañar la respiración de un mantra. Empezando por el mantra más sencillo, el mantra del A. toda nuestra exhalación es un ¡¡AAAA…!!!!, que llena el universo, una gran expansión, somos el Big Bang expandiéndose en cada respiración, solo existe el ¡¡AAAAAA!!, que lo llena todo y se repite una y otra vez, toda nuestra atención está ahí. Nuestro anhelo continúa, estamos dispuestos a morir en el cojín, en esta práctica, pues nos lleva al centro de la vida. Esta práctica es toda nuestra vida, porque solo existe este momento.
Quizás nuestro guía nos ha dado otro mantra para que sea nuestro instrumento. El Mantra más famoso en el Tibet es ¡Om Mani Padme Hum!. Esta letanía al Bodhisatva de la Compasión, ha de llenar nuestro espacio, no importa el significado, lo recitamos una y otra vez sin descanso, hasta que solo exista la letanía por sí misma. Nuestra mente está llena de om-mani-padme-hum, om-mani-padme-hum, om-mani-padme-hum, de forma que nuestro corazón, nuestro cuerpo, nuestro respirar, se vuelva esta letanía.
Quizás por fin, nuestro maestro nos ha dado un Koan, una pregunta, un significado que ha de surgir en el medio del silencio. En este caso no solo estamos en quietud , llenando nuestra respiración del Koan, sino que nos abrimos a la pregunta, a la incertidumbre, al intentar comprender sin comprender, sin intentar comprender racionalmente. La pregunta se repite una y otra vez, agotando las respuestas discursivas, agotando las respuestas en sí. Esta pregunta, este Koan se encierra en sí mismo, encerrándonos en él, acaba repitiéndose una y otra vez en nuestro subconsciente, mientras comemos, mientras trabajamos, mientras pensamos, hasta que desapareciendo todo menos la pregunta, se nos abre las puertas de la liberación: ¿qué es Esto? ¿Qué es Mú?
Quizás por fin practicamos Shikantaza (simplemente-estar-sentado) Uno no sigue respiraciones, mantras, koans o contar. Simplemente no se agarra a nada, y todo es soltado, dando expresión de la propia naturaleza, en ese simplemente-estar-sentado. Es una práctica dura y difícil que requiere un gran entrenamiento. Es un estado de atención y vigilancia. Es la mente que enfrenta la muerte. Esta actitud era cultivada por los samurais, cuando al enfrentarse en plena atención aun sin luchar decidían el combate por la pérdida o el mantenimiento de la atención. La mente no está aquí acelerada, ni despistada. Esta sosegada y atenta. Al principio la tensión es inevitable pero con el tiempo este tipo de zazen madura y el practicante esta sosegado pero atento.
El ejercicio abre el espacio a nuestro subconsciente, dejando que se exprese. Entonces quizás caemos en la cuenta de nuestro ruido, de asignaturas pendientes, de nuestra vulnerabilidad y nuestro miedo. Nos enfrentaremos a ello no en el ejercicio, no en el zazen. Aquí solo lo dejamos que se exprese y seguimos. En su momento tendremos que enfrentarnos a ello a través de otros métodos y ayudas.
Aunque sea solo un instante, experimentaremos un silencio absoluto. Nuestros pensamientos se enlentecen , y sentimos que nuestro cuerpo se concentra en un punto, solo y uno. Sentimos que no necesitamos nada mas. Por fin descansamos de nuestra existencia humana, y nos unificamos. Entonces recordamos: “ un solo instante de abismamiento cura innumerables culpas del pasado”
Sea cual sea nuestra práctica lo principal es este momento, es dar presencia de este momento, de forma absoluta y decidida. Existe una radicalidad en nuestra práctica. Cuando la realizamos, simplemente nos sentamos, y esta radicalidad rompe nuestros esquemas utilitaristas, ya que es difícil hacer algo sin pensar desde el yo en ganancias o pérdidas. Por eso todo consiste en renunciar a atrapar, a ganancias o pérdidas. Esto debe desaparecer. NO ahí nada a lo que renunciar, o que atrapar. No hay nada que ganar o que perder. Cuando nos decidimos a seguir este camino, tenemos nuestros motivos, pero estos en la práctica desaparecen. Los resultados de nuestra práctica son varios, de acuerdo con los maestros, pero incluso estos no han de ser vistos como ganancias o perdidas.
Joriki, o el aumento de nuestra fuerza de concentración, nuestra capacidad de estar aquí, de hacer lo que toca, con toda nuestra voluntad es algo que va creciendo dentro de nosotros, si practicamos asiduamente. Nuestro camino, lo sabemos en nuestra vida cotidiana, y allí existen incontables ocasiones de práctica (las puertas de la verdad son incontables…) Lo único que debemos hacer es practicar el aquí y ahora.
Kensho-godo, o iluminación, que significa la caída del velo que nos impide contemplar nuestra verdadera naturaleza, o la naturaleza de todo lo que existe, y experimentar la unidad puede ser que sea nuestra meta. Desde luego no debe serlo en nuestra práctica. Se convierte en un concepto, sentimiento o pasión que nos estorba. Esta es la experiencia. De nada sirven todas las conceptualizaciones que realizamos, sobre lo Uno o el Vacio, es la experiencia esencial lo que importa. Una vez que la atravesamos, como la barrera sin puerta en nuestra práctica, nada vuelve a ser igual, pues ahora ya sabemos y miramos con ojos diferentes. Es la apertura del tercer ojo, del que se habla en el Budismo tántrico, es la respuesta a nuestras preguntas más esenciales, y particularmente a la pregunta de “¿Quién soy yo?”
Mujodo no taigen, o incorporación de la experiencia a nuestra vida. Es vivir la unidad de forma cotidiana, estar aquí y ahora, es el objetivo último: una transformación permanente de nuestra conciencia, viviendo de acuerdo a lo real, uniendo las mil cosas y rompiendo con nuestra mente dicotómica, separada. Alguien decía que la mente iluminada es la que vive permanente en la encrucijada. En el eje horizontal se representa el pasado, el presente y el futuro. Allí donde se sitúa el presente, surge el eje vertical, que representa el espacio infinito. La posición del iluminado es solo el punto de encuentro, pero que a su vez sintetiza todo el espacio y el tiempo, en una permanente sabiduría presente. Incorporar la experiencia. Es lo esencial. No vale de nada sentarse en zazen por decenios, estar meditando con un fin, sino se realiza para que toda nuestra vida se convierta en un Silencio lleno de vida real.
Yamada Roshi también lo representaba con su famoso quebrado, en el que en el numerador esta el Infinito, que representa la forma, las mil y una cosas, y en el denominador el cero, que representa el vacio, y que se puede grafiar de la siguiente forma
∞/O
Son los dos aspectos inseparables de la realidad. Todo lo que vemos, lo que tocamos o sentimos, nosotros mismos, un tenedor, un pájaro o una brizna de hierba, somos a la vez forma, que aparece diferente, como fenómeno, y vacio, que es potencialidad no separada, que se manifiesta como no forma, y que es la esencia. Como dice el Sutra del corazón: “…el vacio no es sino forma, la forma no es sino vacio…” siendo el resultado una experiencia de unidad, que es nuestra experiencia en el zazen…
Suena la campana y nos levantamos, dándonos tiempo para regresar, arreglamos nuestro asiento, y nos inclinamos ante él:¡Namaste!.Nos volvemos y nos inclinamos ante todo lo que existe: ¡Namaste! Cerramos el puño izdo., acogiendo a lo esencial, el pulgar: signo de decisión, de coraje, de fe y voluntad decidida. Con la palma derecha abrazamos al puño izdo., signo de cariño, respeto, acogida, fe y esperanza, y avanzamos lentamente, muy lentamente, en Kinhin, en nuestro silencio…
Salgo del templo, del monasterio, lleno de olores de incienso, de energía sacra, para hundirme en la humanidad, en el torrente de vidas, muchedumbres que se cruzan, el espacio infinito, nuestro quehacer aquí…